Manuel Gálvez - El origen del nacionalismo en Argentina (fragmento de "El diario de Gabriel Quiroga") (1910)


6 de marzo

Pero frente a las ideas antitradicionalistas ha aparecido en los últimos año(s) un sentimiento vago y complejo que aún no ha sido exactamente definido y al que se ha llamado nacionalismo.(2) Esta denominación no me agrada del todo. Habituados como estamos a bautizar las cosas con etiquetas francesas, ella ofrece demasiado margen a la propagación de criterios equivocados sobre la esencia y el espíritu de nuestro nacionalismo. De no estar ya en circulación esta palabra, hubiera preferido su casi homóloga “tradicionalismo”, que presenta sobre aquella la ventaja de sugerir ideas de pasado y de conservación.
El nacionalismo significa ante todo un amor serio y humano hacia la raza y hacia la patria. El nacionalismo no pretende anglicanizamos, ni afrancesamos, sino argentinizamos. Nos recuerda que somos latinos, pero antes españoles, pero antes aún americanos y antes que todo argentinos para que, sacando de nuestra conciencia colectiva, de nuestra historia, de nuestra estirpe y de nuestro ambiente lo argentino, lo americano, lo español y lo latino que hay en nosotros podamos, fundido todo en una fragua común, ofrecer al mundo una civilización original y propia. El nacionalismo persigue el afianzamiento del espíritu nacional, la conservación de las tradiciones, la emoción del pasado, el amor a nuestra historia, a nuestros paisajes, a nuestras costumbres, a nuestros escritores, a nuestro arte. El nacionalismo anhela la grandeza espiritual del país sin despreciar por ello los intereses materiales. El nacionalismo combate todas las causas de desnacionalización, todas las ideas, todas las instituciones y todos los hábitos que puedan, de algún modo, contribuir a la supresión de un átomo de nuestro carácter argentino. El nacionalismo es la más alta expresión del amor a la patria en los actuales momentos de nuestra civilización.
16 de mayo

Las violencias realizadas por los estudiantes incendiando las imprentas anarquistas, mientras echaban a vuelo las notas del himno patrio, constituyen una revelación de la más trascendente importancia. Ante todo, esas violencias demuestran la energía nacional. En segundo lugar, enseñan que la inmigración no ha concluido todavía con nuestro espíritu americano pues conservamos aún lo indio que había en nosotros. Y finalmente, si bien no es en realidad “el patriotismo del noble pueblo argentino” lo que se sintió indignado por los planes anarquistas sino nuestra inmensa vanidad de fiesta y ostentación ante los extranjeros visitantes, esas violencias han socavado un poco el materialismo del presente, han hecho nacer sentimientos nacionalistas, han realizado una conmoción de entusiasmos dormidos y tal vez han vuelto innecesaria la guerra y la catástrofe que hasta hoy me parecían de absoluta necesidad como terapéutica de caso extremo. Lo único sensible es que los anarquistas no hayan tirado una bomba en cada capital de provincia. La reacción hubiera sido entonces tan formidable, los ideales patrióticos habrían brotado tan potentes, y los sentimientos nacionalistas habrían exaltado tan intensamente a nuestro pueblo, que los anarquistas, salvando al país contra su voluntad, casi merecerían el sincero agradecimiento de la nación...

* * *

Y he aquí que ha llegado la página final de mi libro. Lo he leído desde la línea primera hasta la última y he sentido una tristeza vaga al ver que he sido severo y quizás injusto con mi patria. Y es que yo amo a mi patria con todo el fervor de mi juventud, con el cariño de mis antepasados, con las divagaciones de mi ensueño, con las plegarias de mi corazón, con mis recuerdos, con mis amores. Amo mi Patria en el Pueblo provinciano donde pasé los primeros años de mi vida, en el colegio donde aprendí mis primeras lecciones, en mi cuarto de niño donde mi madre me enseñaba a rezar, en el espíritu de mis ascendientes, en aquel noble hidalgo don Gabriel de Quiroga, en todos los recuerdos de mi infancia, en mis padres, en mis hermanos, en la mujer que adoro, en mis conciudadanos, en todos los hombres de buena voluntad que viven en esta tierra y que la quieren hondamente.
Amo a mi patria en sus paisajes, en sus grandes ríos, en sus montañas enormes, en su pampa, en esas ciudades solitarias y tristes donde he encontrado siempre corazones amigos. Amo a mi patria en sus grandezas, en sus industrias, en sus millones de hectáreas cultivadas, en sus puertos, en el prodigio de Buenos Aires, de Rosario y de Bahía Blanca. Amo a mi patria en sus virtudes, amo a mi patria en sus vicios...
Yo quisiera hacer de este país el país más noble de la Tierra y hacer de cada ciudadano un hombre bueno. Yo quisiera ver caer lluvias de virtudes sobre toda la extensión de la comarca argentina, saber que Dios ha bendecido a este pueblo con su infinito amor y contemplar en cada alma, en cada árbol y en cada cosa, una expresión de los mismos ideales, de las mismas esperanzas, de los mismos recuerdos, y de la misma fe.
Y ahora, compatriota amigo, sólo me resta invitarte a que ames a nuestra patria del único modo que debemos amarla: siendo buenos, generosos y nobles, soñando y trabajando, realizando la justicia, respetando a Dios, venerando las tradiciones, perfeccionando nuestro espíritu en continuo devenir para que nuestra patria sea un pueblo de hombres, de hombres magníficos y fuertes que, viviendo en una intensa comunidad de ideales, puedan contribuir sobre la tierra, sencillamente y tenazmente, a la realización del bien Universal.
25 de mayo de 1910


(2) Esta palabra, la primera definición de la doctrina y la fecunda propaganda de los ideales que ésta sustenta, ha sido obra del escritor don Ricardo Rojas. Si bien en algunas páginas de este libro la palabra nacionalismo aparece empleada, por la fecha, antes que Rojas, ello es debido a que, al corregir las pruebas puse dicha palabra en lugar de alguna otra equivalente. No tengo la intención de quitar a Rojas la gloria, pues mucha gloria hay en ello, de haber sido quien, interpretando una idea que vagaba en el ambiente, la proclama con todo el fervor de su entusiasmo y con todo el vigor de su talento. (Nota del autor.)


Fuente: Gálvez, Manuel: El diario de Gabriel Quiroga, Taurus, Bs.As., 2010, p.p. 200-204

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